Es eso que nos invade ante lo desconocido, ante el no saber qué va a pasar a continuación. Esa dosis de ignorancia puede llegar a sumirnos en las tinieblas, nos encierra en su prisión de sombras escabrosas y no nos deja escapar.
Tengo miedo, y puede que lo que más tema sea que no conozco exactamente qué lo causa.
Aunque tengo una ligera sospecha, no quiero que esta entrada acabe girando de nuevo en torno a él. Ya está bien, ya ocupa suficiente espacio de mi vida y yo sigo sin ocupar una parte significativa de la suya.
Bah... ¡qué demonios! Sí, reconozcámoslo, le tengo miedo a él. A él y al poder que involuntariamente le he otorgado para que me destruya. No hace falta que me zarandee, ni que me golpee. Basta con una palabra, una mirada, un beso y una caricia de menos.
¿Por qué? ¿Por qué te he dado esa fuerza? ¿Por qué he dejado que me gobiernes? A partir de ahora, se cambian las tornas. Aquí mando yo, que para eso es mi corazón.
No me perteneces. No te pertenezco. Pero pienso adueñarme de la furia de tus labios hasta que me quede afónica. Hasta que mi voz se vaya con mis gritos de terror.