¿Qué importancia tiene ser poeta
si no es a ti a quien dedico versos suicidas? Sin tu nombre en los márgenes de
cada página. Sin tu mirada sonrojada al leer mis palabras. Sin romanticismo,
porque dicen que lo maté.
Yo no me deshice de él, te lo
prometo, solo está dormido y oculto. Hibernando, como la pólvora hasta que
alguien prende la mecha. Entonces solo es cuestión de segundos que todo a su
alrededor vuele por los aires.
El polvo que se convierte en
destrucción. ¿Curioso, no? Algo tan insignificante, con tan solo rozarle con
una chispa… Bum.
Luego es perfectamente cabal
pensar que los corazones están hechos de pólvora. ¿Por qué no? Basta una chispa
para detonar la carga. La razón sale despedida, hecha añicos. Las emociones se
desperdigan por doquier, sin nada que las contenga, sin nada que las ordene.
Libre albedrío para los celos, la preocupación, la felicidad, la necesidad de
dar protección, la alegría. Una danza macabra de cambios repentinos de humor,
orquestada por el compás de un corazón que, aunque ha explotado, late con más
fuerza que nunca.
¿Y entonces qué importa ser
poeta si todo esto no acaba enredado en versos para ti?
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