A tan solo un escaso día de que el año llegue a su fin, echo la vista hacia atrás y me pregunto... ¿Hay algo que cambiar?
Desde luego, los malos momentos... Pero, al fin y al cabo, tal vez si no fuera por esos ratos, no habrían venido tantísimos instantes para recordar.
Y es que al rememorar cada uno de los días que han pasado, veo una sucesión de imágenes. Risas, frases estúpidas, sonrisas, miradas, besos, lágrimas, dolor, alivio, de nuevo alegría. Todo pasa ante mis ojos a una velocidad de vértigo. Y de nuevo, una pregunta acude a mi mente: ¿Qué debería cambiar?
Oh, vamos... No creo que demasiadas cosas deban ser diferentes. Obviamente, todo el dolor, todo el mal... Todo aquello que me hundió, aquelló que me asfixiaba y aquello por lo que creí que no sería capaz de tomar una bocanada de aire fresco de nuevo. Pero, qué diablos. No quiero cambiarlo. Cada uno de esos golpes me ha hecho más fuerte. Llevo diaciséis años recibiendo puñalada tras puñalada, sin avisar, desgarrándome el alma y aquí estoy, ¿o no es verdad? Aquí estoy, más fuerte que ayer pero menos que mañana.
¿Y qué somos sino animales que aprendemos a base de hacernos daño? El dolor, al igual que la felicidad, forma parte de nuestras vidas, de cada año de éstas. Lógicamente, no agrada en absoluto tener que volver a pasar por ello, y es evidente que no quiero, pero es ese sentimiento, esa sensación de haber quedado reducida a cenizas, lo que me hace renacer como al ave Fénix, lo que me hace ser más brillante, más fuerte.
Por lo tanto, no solo deseo que el próximo año venga cargado de alegría, de momentos entrañables, de personas que nos den parte de su luz y, aunque suene raro, de algo que nos haga madurar y aprender a ser más fuertes, algo que nos haga mejores personas.
Feliz año nuevo, y que vuestros sueños se hagan realidad.
Desde luego, los malos momentos... Pero, al fin y al cabo, tal vez si no fuera por esos ratos, no habrían venido tantísimos instantes para recordar.
Y es que al rememorar cada uno de los días que han pasado, veo una sucesión de imágenes. Risas, frases estúpidas, sonrisas, miradas, besos, lágrimas, dolor, alivio, de nuevo alegría. Todo pasa ante mis ojos a una velocidad de vértigo. Y de nuevo, una pregunta acude a mi mente: ¿Qué debería cambiar?
Oh, vamos... No creo que demasiadas cosas deban ser diferentes. Obviamente, todo el dolor, todo el mal... Todo aquello que me hundió, aquelló que me asfixiaba y aquello por lo que creí que no sería capaz de tomar una bocanada de aire fresco de nuevo. Pero, qué diablos. No quiero cambiarlo. Cada uno de esos golpes me ha hecho más fuerte. Llevo diaciséis años recibiendo puñalada tras puñalada, sin avisar, desgarrándome el alma y aquí estoy, ¿o no es verdad? Aquí estoy, más fuerte que ayer pero menos que mañana.
¿Y qué somos sino animales que aprendemos a base de hacernos daño? El dolor, al igual que la felicidad, forma parte de nuestras vidas, de cada año de éstas. Lógicamente, no agrada en absoluto tener que volver a pasar por ello, y es evidente que no quiero, pero es ese sentimiento, esa sensación de haber quedado reducida a cenizas, lo que me hace renacer como al ave Fénix, lo que me hace ser más brillante, más fuerte.
Por lo tanto, no solo deseo que el próximo año venga cargado de alegría, de momentos entrañables, de personas que nos den parte de su luz y, aunque suene raro, de algo que nos haga madurar y aprender a ser más fuertes, algo que nos haga mejores personas.
Feliz año nuevo, y que vuestros sueños se hagan realidad.
Nota: Esto que acabas de leer, salió de mi cabeza el día 30 de Diciembre. Por diversos motivos no pude colgarlo en el blog. Espero disculpes la demora.
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