La música no era la que ambos solemos escuchar. Más bien nos desagradaba un poco, pero eso era un detalle insignificante: sólo nos oíamos a nosotros.
Había mucha gente, y cada dos por tres alguien me empujaba y yo aterrizaba sobre él, le miraba a los ojos, me sonreía con picardía, yo me sonrojaba y me apartaba.
Logramos llegar a un espacio menos concurrido, con menos empujones, aunque no conseguimos librarnos totalmente de ellos. Él se apoyó en la pared, y yo, una vez más, recibí un golpe en la espalda que me catapultó hacia sus brazos. De nuevo, el ritual de antes: me mira, me sonríe, me pongo colorada y me aparto.
Entonces, él empieza a tirar de mí, ligeramente. Y de repente, no sé exactamente cómo ni por qué, mis manos estaban en su nuca, las suyas en mi espalda y nuestros labios intentando fundirse.
Nos separamos un instante, lo justo para que él viera la agitación de mis ojos. De nuevo otro beso, con mis manos enredadas en su pelo y las suyas reptando por mi espalda.
Y se desvanece todo; la música, la gente, las paredes, el suelo. Todo desaparece.
Sólo quedamos él, el sabor de sus labios y yo.
Tenías razón, es muy sugar :P
ResponderEliminarMucha suerte, hermanita :3