Unos labios finos, rectos, cobran vida en una sonrisa. Se elevan las comisuras y conducen la alegría hacia sus ojos: en ellos, el ámbar y el verde luchan en singular batalla por dominar el reino que envuelve a las negras e infinitas pupilas.
Y de repente, cuando quieres darte cuenta, estás zambulléndote en esa mirada. Y poco a poco te sumerges en ella, hasta hundirte. Voraz, salvaje, tierna y apasionada, quedas atrapada en sus profundidades.
Entonces, los labios se entreabren y liberan un suspiro al que acompaña una leve carcajada. Y está hecho. Cualquier intención de huir se desvanece de inmediato. Voluntariamente, te encadenas a él, y te niegas a marcharte.
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