Un día las cosas dejan de funcionar, sin más. No hay más vueltas que darle. Sencillamente, se estropean, o las dejamos caer y las rompemos.
El dolor siempre es algo irreparable, y toda la tensión, todas las niñerías, todas los errores cometidos se acumulan. Más aún cuando no se tratan de solucionar, o al menos detenerlos, a tiempo. Y es por esto por lo que perdemos gente en nuestras vidas. Es por esto por lo que siempre tenemos más personas ocupando nuestra memoria que nuestro presente. Y a algunas, tal vez ni siquiera les deseemos el olvido, pero poco a poco abandonan nuestros recuerdos. Sin más hacen las maletas y se van, o bien somos nosotros quienes les expulsamos de ese rincón tan... privado.
Voy a destinar mi memoria única y exclusivamente a aquellos que vayan a ser parte de mis últimas palabras. A aquellos que dejen de merecérselas, les condenaré al olvido. No les cerraré la puerta, pero no les será fácil volver.
Como los engranajes del mecanismo de un viejo reloj, las relaciones se deterioran, se desgastan y si no las prestas atención a tiempo, el reloj marcará una hora en concreto siempre.
¿Y de qué nos sirve un reloj que no nos dice qué hora es? ¿Y de qué sirve una relación que nos ancla al pasado, que no nos deja progresar, superarnos, ser cada vez mejores personas? Son cosas inútiles, realmente. Si no nos sirven de nada, no hay motivo para conservarlas. Aunque sea en el fondo de un cajón.
Éste dilema del pasado, de lo ocurrido, siempre suele aparecer en la vida de cada persona, cada quién debería afrontarlo a su manera, eso y nada más.
ResponderEliminarEs triste, pero hay cosas que no deberían olvidarse.
Un saludo, mujer.