Una hoguera nunca acaba con los
troncos que la alimentaban. La madera seca, al arder, queda reducida a cenizas.
Esa es la huella que deja, la cicatriz, la prueba de que ese polvo gris fueron
restos carbonizados, brasas, madera en llamas.
Aunque llueva, aunque las cenizas se
empapen, vuelve a salir el Sol y las seca. Entonces, una brisa las hace
levantar el vuelo y trazan hermosas filigranas en el aire antes de volver a
depositarse en el suelo. El aire las vuelve a levantar. Poco a poco se va intensificando,
y tarde o temprano, un vendaval las eleva por encima de las copas de los
árboles, permitiendo a las cenizas mirar al bosque por encima de los hombros. Y
es ahí, entre las nubes, donde se dan cuenta todo lo que fueron una vez, donde
desean con todas sus fuerzas que el viento cese y se posen en el mismo árbol, y
que si éste es talado y usado como leña, sean las mismas llamas las que las
vuelvan a consumir.
Así como el amor se convierte en fuego,
los amantes se tornan cenizas. Y aunque sean dos vientos diferentes las que les
hagan levantarse, aunque soplen en distintas direcciones y les separe, siempre
habrá una corriente de aire cálido que trate de reunirles de nuevo.
Pues no hay nada más poderoso ni más
eterno, que la atracción de lo que un día fuimos por alguien. Bien sabido es
que el verdadero amor no se olvida, sólo se aprende a vivir sin él… hasta que
vuelve.
Más claro no puede llegar a ser, aunque el viento sople tempestuoso, de alguna forma las cosas vuelven a su lugar.
ResponderEliminarMe encanta la música que has subido al blog, es igual de relajante que el significado de tus palabras. Saludos.