Esto es un completo asco. Pero del todo. Lo odio, odio que no
desaparezcas de mi cabeza. Te has anclado a mi memoria, y parece que te niegas
a marcharte. Y la verdad, empiezo a dudar que quiera que te vayas…
Pero al fin y al cabo, supongo que tendré que retirarme, aunque sea
con el tacto de tus labios tatuado en los míos. Aunque sea con todos esos
instantes que me regalaste, tratando de evitar que se escapen suspendidos de
cada lágrima. Aunque necesite a horrores tu aroma en mi ropa al volver a casa
cada tarde. Aunque necesite tus manos en mis mejillas. Aunque me hagan falta
todas y cada una de las notas de tu voz, en mi oído, suaves, graves,
melodiosas.
Todo en él es como el canto de una sirena: si lo escuchas, aunque
sea por accidente, estás perdido. Te arrojarás al mar más embravecido, aunque
al fondo te esperen las más mortíferas rocas. Ni siquiera lo dudarás un mísero
instante, todo lo que necesitas como al aire estará en el agua. Saltarás por la
borda sin más.
Ni siquiera te arrepentirás cuando el agua helada te atraviese como
diminutas y afiladas cuchillas, ni cuando el furioso oleaje te estrelle contra
las rocas una y otra vez. Cuando tu cuerpo esté entumecido por el frío y los
golpes, cuando no sepas si conservas todas las partes de tu anatomía, aún
entonces sólo una imagen prevalecerá en tu cabeza.
Y será él. Sabes que lo será. Sus ojos dorados, con esa suave
tonalidad verdosa. La suavidad y el aroma de su piel. El calor y el cobijo del
hueco entre su hombro y su cuello. La curva de su radiante sonrisa. La música
de su hipnotizante voz. Su forma de hablar, de caminar, de ver el mundo. Sus
manías, sus virtudes, sus defectos. Su perfecta imperfección.
Lo único que desearás en ese momento, será que sus manos te atrapen
con firmeza y te saquen a la superficie. Es en ese instante, en el que la
última gota de oxígeno se agota, en el que el frío anula tu temperatura
corporal, en el que el dolor se hace insufrible… en el que, si aún guardas la
esperanza de que te saque de ese Infierno helado, sabes que le quieres. Más de
lo que tu vida podría permitirse, pero menos de lo que nadie, ni siquiera tú, puedes
llegar a saber. Jamás.
Arrojarse al abismo por amor es romántico,
siempre y cuando alguien vaya a frenar tu caída.
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