El silencio se quebró con el sonido de cientos de alas azotando el
aire. Una perfecta formación de aves sobrevoló el cielo y terminó por posarse
sobre los cables del tendido eléctrico. Altivas, solemnes, hermosas y
vigilantes, las golondrinas seguían con la mirada mi caminar, pendientes de
cualquier circunstancia que me impidiera avanzar.
Y una de ellas, desplegó las alas y descendió, casi en picado, hasta
posarse en mi hombro, como si del loro de un bucanero se tratase. La miré
extrañada, interrogándole con la mirada. El ave ladeó la cabeza, y el gesto se
me hizo tan humano que no pude evitar sonreír.
Miré al frente y continué el camino junto a mi pequeña golondrina.
Es GENIAL. Pero yo tengo más estilo que un loro bucanero.
ResponderEliminarY más canallismo e ironía.
Se te quiere, pequeño águila.