martes, 7 de agosto de 2012

Running to the edge of the world.


Los límites de nuestra vida los ponemos siempre nosotros. Si no podemos seguir, es porque nos obcecamos en que no. Si no somos capaces de hacer algo, es porque nos concienciamos de que no podemos.
Todas nuestras paranoias tienen un trasfondo de “No puedo”, “No sé”, “No me atrevo”. ¿Alguien se hace a la idea de todo de lo que seríamos capaces si quitáramos todos esos “No”?
Imaginaos: todas esas ataduras se desvanecerían. Todos esos miedos, esas paranoias, esas obsesiones se irían para siempre. Y ese chico de ojos claros podría ser tuyo. Y esas palabras que entierras en libretas, se darían a conocer al mundo entero. Y esos sentimientos que empujamos al fondo de nuestro estómago, brotarían de nuestra garganta. Y ese micrófono sobre el escenario desparramaría tu voz por la sala. Y esas partituras, esas canciones que nunca nadie escuchó, llegarían hasta sus oídos.
Y nos tiraríamos al agua desde aquel acantilado. Y bailaríamos en la orilla del mar, sin música, sin público, sin pareja, si nada que nos cohíba. Y gritaríamos su nombre en la calle más atestada de gente de la ciudad. Y cantaríamos a voz en grito las canciones de nuestra infancia. Y charlaríamos durante horas sobre las cosas más absurdas, sobre los mayores sinsentidos, mirase quien nos mirase. Y vestiríamos como nos diera la realísima gana. Y opinaríamos lo que quisiéramos sin miedo a que se nos reprochen nuestras ideas.
Y correr hasta el fin del mundo, hacia donde quiera que esté. Y si perdemos el aliento, paramos, lo recuperamos, y continuamos, despacito, y luego otra vez deprisa. Viviendo al límite, como nos diera la gana. Siendo felices. Haciendo felices a los demás.
El etcétera se queda pequeño para todas las cosas que quedan por enumerar. Así que me lo ahorro.
Feliz verano. Estoy de vuelta ;)