domingo, 28 de octubre de 2012

Cartas a ninguna parte.

      He decidido volver a mandar cartas. Pero de las bonitas, de las de verdad. De las que echas en los buzones amarillos de correos, esos que cuando éramos pequeños creíamos que eran... ¿mágicos?

      Pues claro que lo creíamos. Al menos yo. ¿Porque cómo era posible que echases una carta ahí dentro y a los pocos días la tuviese en su buzón la persona cuyo nombre escribiste en el sobre? O a lo mejor no era magia exactamente... 

      Yo recuerdo que pensaba que debajo de los buzones estaban las entradas de las madrigueras de los conejos, y que un conejo blanco con un traje de rayas blancas y azules cogía las cartas y las llevaba a través de los túneles. De hecho, siempre que iba a echar cartas al buzón me empeñaba en intentar echarles una zanahoria dentro para los conejos.

      Pero la magia y las historias que creemos de pequeños siempre se acaban desvaneciendo. El asunto de los conejos carteros se fue al traste cuando vi a un empleado de Correos recogiendo un enorme saco del interior de uno de esos buzones amarillos. Recuerdo que me acerqué a ver si veía algún conejo, y evidentemente no lo encontré. Me sentí tremendamente decepcionada. Era como si me hubiesen estado mintiendo durante años, aunque en realidad esa historia me la inventé yo.

      Volviendo al tema que nos atañe, he vuelto a llenar unos cuantos folios de tinta con forma de anécdotas, pensamientos, preguntas y todas esas cosas que se escriben en las cartas. Y no me decido a cerrar el sobre, porque tengo la sensación de que falta algo y de que sobran otras cosas. Y tampoco me decido a poner el sello y el destinatario y echarla al buzón amarillo, porque temo que nadie responda mi carta. 

      Yo reconozco que me hace ilusión escribir y enviar cartas, pero me ilusiona mucho más recibirlas. Más aún cuando están escritas a mano, porque en la forma, la precisión y la fuerza de los trazos están implícitas las emociones de la persona que te escribe. Más aún que en sus palabras. Sabes si lo escribió de manera rápida y desinteresada, si se esmeró en que la caligrafía fuera perfecta o si le emocionaba tanto el tema que estaba tratando en ese momento que ejerció especial presión con el bolígrafo en algunas frases o palabras.

      La mayoría de las personas dicen que los ojos son el espejo del alma. Yo discrepo. Una mirada puede aprender a mentirte, una carta escrita del puño y letra de alguien, jamás. Las cartas son siempre sinceras, porque aunque las palabras que estén escritas en ellas no lo sean, los detalles que mencioné antes las delatan.

      Creo que finalmente cerraré el sobre, pondré el sello y el destinatario e iré a echarla al buzón. Me gusta pensar que recibiré una carta de vuelta, o que al menos la otra persona la recibirá y sabrá que me he acortado de ella. 

      ¿Y qué manera más especial hay de decirle a alguien que piensas en él, que escribiéndole una carta?

lunes, 8 de octubre de 2012

Mordiscos de fuego.


La memoria de una persona es la única que puede hundirle en la más absoluta tristeza, o darle alas a su sonrisa. Ella, y todos los recuerdos que esconde en sus entrañas, todas esas imágenes que deja aflorar de vez en cuando y que nos arrancan una mueca de dolor, un suspiro melancólico, una carcajada irónica, hacen que sus ojos brillen de pura alegría o que se inunden en amargas lágrimas.
De ellos depende el porvenir, pues no son más que hechos pasados que dan lugar a un presente y un futuro.
Los recuerdos nos dan vida y nos hacen crecer, al igual que el fuego alimenta las llamas de una hoguera.
Los recuerdos nos consumen, tal y como el fuego devora la leña seca de una chimenea en pleno invierno.