miércoles, 3 de noviembre de 2010

Oscuridad.
Frío.
A mi alrededor.
Todo era oscuro, todo...
Me acostumbré a acurrucarme en un rincón de mi cuarto hasta que la tormenta que cruzaba mi mirada amainase. Pasaba, costaba, pero pasaba... Y luego venía una relativa calma. Relativa.
¡Maldita sea! Siempre he sido un océano de emociones. Un impredecible océano en el que las tormentas se sucecen con una abrumadora frecuencia. Un océano en el que se hunden recuerdos. Éstos no tienen un orden fijo... Los felices van a parar al infinito fondo, mientras que los dolorosos salen a la superficie con demasiada brusquedad.
Salen de golpe, y se quedan flotando durante horas, días e incluso semanas. Y el resultado de todo esto son grietas en mi dolorido y congelado corazón.
Los carámbanos de hielo cuelgan de él de manera siniestra. A veces alguno se cae, y parece que el corazón va a volver a latir de nuevo, pero es lo que tienen las apariencias, que engañan...
Afortunadamente, hay algo, más bien alguien, en el mundo, que ha sido capaz de conseguir que mi corazón lata tras el hielo, y poco a poco, éste se resquebraja y deja espacio a más latidos.
Me mira. Cae un pedazo.
Sonríe. Ahí va otro.
Me habla. Adiós a ese de allá.
Le tengo cerca. Vaya, otro menos.
Existe. ¡Llegó el deshielo!
Ríos y ríos de tristeza acumulada desembocan en mi océano particular, y mi corazón arde como el Sol de verano.
Altivo, orgulloso, desafiante, se alza sobre el cielo de tus ojos.
Los destellos de tu verde mirar, cambian el frío azul grisáceo de mi paisaje oceánico por tu bella visión.
Y soy feliz, increíblemente feliz, otra vez, desde hacía demasiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Una crítica constructiva siempre se agradece. Gracias de antemano ^^