domingo, 17 de junio de 2012

Saltar por la borda.





Esto es un completo asco. Pero del todo. Lo odio, odio que no desaparezcas de mi cabeza. Te has anclado a mi memoria, y parece que te niegas a marcharte. Y la verdad, empiezo a dudar que quiera que te vayas…

Pero al fin y al cabo, supongo que tendré que retirarme, aunque sea con el tacto de tus labios tatuado en los míos. Aunque sea con todos esos instantes que me regalaste, tratando de evitar que se escapen suspendidos de cada lágrima. Aunque necesite a horrores tu aroma en mi ropa al volver a casa cada tarde. Aunque necesite tus manos en mis mejillas. Aunque me hagan falta todas y cada una de las notas de tu voz, en mi oído, suaves, graves, melodiosas.

Todo en él es como el canto de una sirena: si lo escuchas, aunque sea por accidente, estás perdido. Te arrojarás al mar más embravecido, aunque al fondo te esperen las más mortíferas rocas. Ni siquiera lo dudarás un mísero instante, todo lo que necesitas como al aire estará en el agua. Saltarás por la borda sin más.

Ni siquiera te arrepentirás cuando el agua helada te atraviese como diminutas y afiladas cuchillas, ni cuando el furioso oleaje te estrelle contra las rocas una y otra vez. Cuando tu cuerpo esté entumecido por el frío y los golpes, cuando no sepas si conservas todas las partes de tu anatomía, aún entonces sólo una imagen prevalecerá en tu cabeza.

Y será él. Sabes que lo será. Sus ojos dorados, con esa suave tonalidad verdosa. La suavidad y el aroma de su piel. El calor y el cobijo del hueco entre su hombro y su cuello. La curva de su radiante sonrisa. La música de su hipnotizante voz. Su forma de hablar, de caminar, de ver el mundo. Sus manías, sus virtudes, sus defectos. Su perfecta imperfección.

Lo único que desearás en ese momento, será que sus manos te atrapen con firmeza y te saquen a la superficie. Es en ese instante, en el que la última gota de oxígeno se agota, en el que el frío anula tu temperatura corporal, en el que el dolor se hace insufrible… en el que, si aún guardas la esperanza de que te saque de ese Infierno helado, sabes que le quieres. Más de lo que tu vida podría permitirse, pero menos de lo que nadie, ni siquiera tú, puedes llegar a saber. Jamás.

     Arrojarse al abismo por amor es romántico, 
siempre y cuando alguien vaya a frenar tu caída.

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